Hipótesis digital: Apuntes científicos uniandinos con impacto para la sociedad

Recuerdo que en 2007 conocí con emoción la noticia de que Al Gore, exvicepresidente de los Estados Unidos, y el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) recibieron conjuntamente el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos por construir y diseminar más conocimiento sobre el cambio climático causado por el hombre y por establecer los cimientos para las medidas que se requieren para contrarrestar dicho cambio.

Las noticias de la época relacionadas con este reconocimiento, así como la popularidad de los documentales y conferencias de Gore sobre el cambio climático, parecían indicar que la sociedad global comenzaba a tomarse en serio el mensaje de los científicos sobre las causas y consecuencias de la crisis del clima, y sobre la necesidad imperiosa de repensar la forma en que habitamos el planeta. Esa ilusión parecía consolidarse cuando, en 2015, 196 países firmaron el Acuerdo de París, comprometiéndose –entre otras cosas– a mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2°C con respecto a los niveles preindustriales, y a hacer que los flujos financieros sean compatibles con una trayectoria hacia un desarrollo resiliente ante el clima y con bajas emisiones de gases con efecto invernadero. Poco tiempo después, sin embargo, la fragilidad de este acuerdo ante el vaivén de la política se hizo más que evidente.

 En agosto de 2021, el IPCC ha vuelto a ser notorio tras la publicación de su más reciente informe, cuyas noticias, a pesar de los buenos augurios de 2007 y 2015, no son positivas. Además de confirmar más allá de cualquier duda razonable que el cambio climático que están experimentando todas las regiones la Tierra es causado por los seres humanos, el informe señala que muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedente en miles o cientos de miles de años y, que algunos de éstos, incluyendo el incremento continuado en el nivel del mar, son ya son irreversibles al menos para los próximos cientos o miles de años. Una de las metas del Acuerdo de París parece ya difícilmente realizable: la temperatura media global aumentará en, al menos, 1.5°C en los próximos 20 años. Los cambios proyectados en la temperatura, las lluvias y los vientos impactarán de forma creciente la seguridad alimentaria, la salud pública y el bienestar humano. El informe alerta que el tiempo para actuar de forma decidida se está agotando, pero, en general, la humanidad está conforme con el status quo. O al menos así lo parece dada la velocidad paquidérmica con la que avanzan los indispensables cambios.

Los científicos llevan décadas tratando de transmitir el mensaje de urgencia con respecto a la crisis climática. ¿Por qué, entonces, no han sido escuchados? De forma un poco cándida, dejando de lado por un momento los intereses políticos y económicos que han impedido cambios fundamentales en nuestros modelos de desarrollo, me aventuro a ofrecer una respuesta optimista a esta pregunta parafraseando la presentación de About Time and Water, un exitoso libro de divulgación. Cuando un científico estudioso del clima le preguntó a su autor, el escritor e intelectual islandés Andri Snær Magnason, por qué no estaba escribiendo sobre la crisis más grande enfrentada por la humanidad, Magnason respondíó que él no era un especialista, que ese no era su campo. El científico persitió, señalando que si no se es capaz de entender y presentar los hallazgos de los científicos en un contexto emocional, psicológico, poético o mitológico, entonces nadie comprenderá realmente el asunto y el mundo se acabará. El científico hablaba de la importancia de la divulgación científica, de la imperiosa necesidad de comunicar sobre la ciencia y de hacerlo para distintas audiencias con diversas herramientas narrativas. Ante la emergencia climática, los científicos debemos poder comunicar mejor e impactar más.

 La Universidad de los Andes lanzó recientemente su Programa de Desarrollo Integral, su hoja de ruta para los próximos cinco años. Uno de los tres grandes sueños allí plasmados es el de ser una universidad con un impacto significativo en la generación de conocimiento, la sostenibilidad, el debate democrático, las propuestas de reforma y la construcción de narrativas esperanzadoras e incluyentes. Resulta obvio que, en relación con el asunto del cambio climático, en cada uno de estos puntos consignados en el sueño de universidad que impacta diversos entornos, las ciencias tienen mucho que aportar.

Por supuesto, el cambio climático no es el único problema de acción colectiva que requiere la apropiación social del conocimiento científico para su eventual solución. Transcurrido ya más de un año y medio desde que comenzó la pandemia del COVID-19 es mucho lo que, como humanidad, hemos logrado gracias a los avances de la ciencia. La microbiología, la biología molecular, la bioquímica, la genómica, la inmunología y la biofísica han sido áreas clave para consolidar logros que van desde la identificación del SARS-CoV-2 como el agente causante de la enfermedad y la secuenciación de su genoma, hasta el desarrollo de las vacunas que hoy ofrecen una luz al final del oscuro túnel que hemos recorrido. Además, las matemáticas y la computación científica han sido esenciales para construir modelos de diversos tipos que han guiado la toma de decisiones fundamentales de política pública con base en información imperfecta. Sin los científicos como actores centrales de la sociedad, es probable que un organismo constituido por menos de 30 proteínas hubiera puesto en jaque la persistencia de nuestra especie o, al menos, del modo de vida que dábamos por sentado.

Este número de la revista hipÓtesis presenta una mirada a la pandemia del COVID-19 desde la Facultad de Ciencias y la Universidad de los Andes. La emergencia sanitaria impactó nuestras vidas y nuestro trabajo de múltiples formas negativas, pero también nos dio oportunidad de aplicar nuestras fortalezas en infraestructura, equipos y capital humano –construidas a través de décadas de inversión en investigación fundamental– para abordar problemas novedosos, establecer nuevas redes de trabajo interdisciplinar y brindar información pertinente para la sociedad. Este número especial de la revista, además de documentar esta época atípica de la pandemia para el futuro y divulgar parte de lo que miembros de nuestra comunidad construyeron en estos tiempos para ayudar a distintos públicos a navegar la información sobre el virus y sus efectos, marca una nueva etapa para hipÓtesis con su paso hacia un formato enteramente digital.

La Facultad de Ciencias está comprometida con el sueño de universidad que genera impacto y entiende que éste, en buena parte, deberá construirse acercando el conocimiento científico a una diversidad de audiencias.  En este último año hemos aprendido a valorar la cercanía y la importancia de mantenernos comunicados. hipÓtesis es una de nuestras maneras de acercarnos y comunicarnos, y por eso queremos potenciarla, hacerla más dinámica y de mayor alcance. Hemos aprendido bastante en la transición al formato web y seguiremos aprendiendo. Esperamos que este nuevo espacio digital sea un punto de encuentro para nuestra comunidad, que contribuya crecientemente a impactar de manera positiva a nuestras audiencias y a la sociedad a través de la divulgación científica. Invitamos a todas y todos a hacer parte de hipÓtesis y a construir colectivamente sobre la sólida base que quienes han trabajado por la revista establecieron a lo largo de varios años.

  

Carlos Daniel Cadena

Decano, Facultad de Ciencias