La generación formadora de nuevas generaciones: los maestros extranjeros que formaron a los actuales y futuros profesores del DCB

Jorge Alberto Molina Escobar. Profesor Titular del Departamento de Ciencias Biológicas.

 

«Enseñar es un ejercicio de inmortalidad». Así se puede leer en la portada del libro La alegría de enseñar, publicado en 1996 por el pedagogo brasileño Rubem Alves. Estoy seguro de que ninguna frase resume de mejor manera lo que el Departamento de Ciencias Biológicas (DCB) y sus profesores han venido realizando desde el inicio de sus actividades docentes en el año de 1953.

Este artículo es un homenaje a la generación de seis profesores extranjeros, conformada por Elizabeth Grose, Cornelius Johannes Marinkelle, Horst Lüddecke, Ewald R. Rössler, María Caridad Cepero y Sylvie Cournier, quienes se encargaron de formar a la mayoría de la actual generación de profesores que conforma el DCB. Con su ejercicio docente comprometido, seguro y consciente, este grupo de profesores se encargó de dejar inmortalizada su labor para las futuras generaciones de profesores del Departamento.

 

Todo tiempo pasado fue mejor

El poeta castellano Jorge Manrique de Figueroa escribió en el siglo XV las Coplas a la muerte de su padre, en las que incluye algunos de los versos más sublimes sobre la brevedad de la vida humana y la famosa expresión: «cualquiera tiempo pasado fue mejor». Con la evolución normal y natural de una lengua viva como el español, esta frase de Manrique de Figueroa pasó luego a lo que se puede escuchar de la boca de muchas personas actualmente: «Todo tiempo pasado fue mejor». En el 2019, en un tweet de la Real Academia de la Lengua Española, en el que se celebraba la efeméride del escritor argentino Ernesto Sábato, se cita un aparte de su famosa novela, El Túnel: «La frase “Todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido».

 

Yo, en un intento personal de no echar en el olvido mi paso como estudiante de Biología por la Universidad de los Andes, he decidido rescatar esos años que me ayudaron a convertirme en quien soy actualmente. Lo interesante del caso es que, en el proceso de rescatar del olvido mi tiempo como universitario, en algún momento decidí darle más preponderancia a los difusos recuerdos que involucran a algunos de mis colegas profesores de planta del DCB. El resultado obtenido deja plasmado en este artículo lo que seis profesores extranjeros lograron hacer para darle forma a lo que hoy ustedes conocen como el DCB.

En los años recientes, pienso —quizás con más frecuencia de lo que creo— que «Todo tiempo pasado fue mejor». En especial porque, si tuviera la opción de regresar el tiempo, me gustaría volver a recibir clases en la Universidad de los Andes, en el programa de pregrado en Biología de cinco años, con semestres de seis meses y con la opción de tomar clases de Biología General con Felipe Guhl; de Botánica con Eblis Álvarez; de Invertebrados con Emilio Realpe; de Ecología y Vertebrados con Caturo Mejía; de Ecología Colombiana con Jaime Cavalier; de Anatomía Comparada con Enrique Villarraga; de Genética con Hugo Hoenigsberg; y de Evolución con Manuel García. Nombro aquí solo algunos de los profesores que ofrecían cursos exclusivamente de Biología y a los que tuve la suerte de asistir.

De cada uno de ellos podría nombrar uno o más aspectos que me marcaron. Por ejemplo, lo maravilloso de enfrentarse por primera vez a la genética mendeliana, la traducción del ADN y la respiración celular con Felipe; las clases a las que había que llegar con las lecturas realizadas y preguntas directas al respecto para motivar a Eblis a intervenir; los dibujos en los laboratorios de Emilio sobre una diversidad de invertebrados nunca antes vistos; las clases casi teatrales y llenas de pasión de Caturo; aprender de lo maravillosa, espectacular y biodiversa que es Colombia con Cavalier; los tableros llenos de obras de arte con los esquemas realizados con tizas de diferentes colores que hacía Villarraga; la tensión que rayaba en el sufrimiento durante las horas de clases con Hoenigsberg; y lo increíble de la genética y evolución de los gatos domésticos con Manuel.

Recuerdos y más recuerdos ahora felices que me hacen decir que todo tiempo pasado fue mejor. Como dice Sábato: todo lo que fue verdaderamente malo, y no merecía la pena guardar un espacio en mi memoria, lo eché en el olvido. 

Esa era una época en la que todo había que aprenderlo de memoria porque cuando te hacían una pregunta no podías decir «voy a mirar qué encuentro en el buscador de mi celular», mucho menos se podía decir «voy a preguntarle a ChatGPT a ver qué dice». Ir a estudiar a la biblioteca era la única opción de tener contacto con la biología del momento. Eran los días sin redes sociales y sin correo electrónico, es decir, la época en la que el tiempo transcurría más lento, porque la inmediatez que da ahora el internet no se conocía y no nos abrumaba tanto como lo hace hoy.

Los días, como ahora, tenían 24 horas y los años, 365 días, pero se vivían de una manera diferente y más intensa: dieciocho de los veintisiete profesores del actual DCB —es decir, 2/3 partes del Departamento— los recordamos así porque tuvimos la fortuna de cruzar nuestras vidas con seis extranjeros que hicieron de nuestra Colombia, su país; de Uniandes, su universidad; y del DCB, su hogar.

 

Maestros cambian vidas

Cuando se consulta el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española sobre el significado de las palabras profesor y maestro, el resultado es no solo inesperado, sino, además, decepcionante. A pesar de lo bello y diverso que es el español encontramos lo siguiente: maestro es la persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o que tiene un título para hacerlo. Por su parte, profesor es la persona que ejerce o enseña una ciencia o arte. Ambas definiciones me parecen insuficientes.

Para dejar una mejor idea de la diferencia entre un maestro y un profesor, prefiero la definición que escuché alguna vez y de la que lastimosamente no recuerdo la fuente: «Un maestro es una persona que cambia vidas». A partir de esta maravillosa y profunda frase se puede inferir que, a lo largo de la vida, una persona va a tener muchos profesores, pero muy pocos maestros; solo algunos de ellos van a tocar con sus clases las fibras más sensibles de cada uno de sus estudiantes, hasta tal punto

de cambiarles la vida. Para mí, entonces, solo esas personas que se convierten en un punto de inflexión porque marcan un antes y un después en la vida de un estudiante pierden la categoría mortal de profesor y alcanzan el Olimpo de la categoría de maestros.

Como un profesor no puede cambiarle la vida a todos los estudiantes que pasan por sus manos, es claro que Elizabeth Grose, Cornelius Johannes Marinkelle, Horst Lüddecke, Ewald R. Rössler, María Caridad Cepero y Silvie Cournier no fueron maestros para todos los dieciocho estudiantes que hoy son profesores del DCB. Mi tarea es, más bien, presentar los puntos de vista de aquellos estudiantes que ahora son profesores del Departamento y cuyas vidas cambiaron después de recibir alguna clase con uno, o varios de estos maestros. Acompáñenme entonces a conocer, con un poco más de detalles, a los seis extranjeros que fundaron las bases sólidas del DCB.

 

Ciencia al servicio de las personas

Elizabeth Grose, mejor conocida en la Universidad como la Dra. Grose, nació en Estados Unidos, y durante la Segunda Guerra Mundial sirvió como enfermera voluntaria en Pearl Harbor. La experiencia que adquirió durante la guerra y en su trabajo con bancos de referencias con bacterias le sirvieron de base para que el Seguro Social de Colombia la trajera a nuestro país a implementar pruebas para la identificación de patógenos. También colaboró con el Servicio para la Erradicación de la Malaria (SEM) de Colombia para asesorar en el control de la transmisión de esta enfermedad.

Con el paso del tiempo, las asesorías antes mencionadas hicieron que su estancia en Colombia dejara de ser temporal y que se radicara en nuestro país. Se vinculó primero a la Pontificia Universidad Javeriana y luego a la Universidad de los Andes. Sus labores docentes y de investigación en Uniandes las combinaba con el trabajo en su propio laboratorio clínico fuera de la Universidad. Así comenzó a hacer su sueño realidad: se desempeñaba en actividades de investigación aplicada y también en el servicio clínico, en el que ayudaría a muchas personas e instituciones y empresas. La Dra. Grose confiaba tanto en el potencial de la investigación aplicada, que buscó al Dr. Marinkelle para que la apoyara en la implementación del premédico que tuvo la Universidad de los Andes en su momento y en colaboración con la Universidad del Valle.

También fue parte activa del convenio que tuvo la Universidad de los Andes con la Universidad de Giessen en Alemania y que luego terminaría convirtiéndose en lo que conocimos en su momento como INVEMAR. Por sus conocimientos en microorganismos y en calidad en los alimentos, los directivos de los supermercados Carulla y de la aerolínea Avianca le solicitaron apoyo en el control y calidad de los alimentos listos para el consumo, así como las directivas de la Asociación Colombiana de Floricultores (ASOCOLFLORES) en la investigación para el control de fitopatógenos en los claveles de exportación. De otra parte, junto con el Dr. Hernando Groot creó lo que en su momento fue el programa de Bacteriología que tuvo la Universidad de los Andes.

A sus clases de biología de hongos y de fisiología de las bacterias siempre llegaba con su bata blanca, una carpeta llena de hojas con apuntes y sus carretes de diapositivas. Con esto, se aseguraba de que en sus clases siempre se explicaran todos los conceptos de manera sencilla y de forma práctica. En especial porque la experiencia vital de la Dra. Grose le había permitido experimentar, de primera mano, las muchas anécdotas que después, y gracias a su memoria prodigiosa, compartía a sus estudiantes durante las clases.

Tanto para Jenny Dussán, como para Martha Vives, la Dra. Grose se convirtió en su «mamá científica» hasta el punto de que hoy reconocemos en ambas su profunda pasión por todo lo que tiene que ver con los microorganismos, en particular, por las bacterias y los bacteriófagos (virus específicos de bacterias). De la Dra. Grose, Jenny y Martha heredaron la filosofía de incentivar a los estudiantes a investigar lo que a ellos más los motive. Los intereses privados del profesor nunca deben primar por encima de la pasión y de la motivación personal de los estudiantes. Esta debe guiarlos a hacer lo que más les interese.

Como en la vida no todo es hacer ciencia, lo que más apasionaba a la Dra. Grose era la culinaria; todos los años viajaba a Francia entre junio y julio para tomar cursos de cocina en La Cuisine de París. Los premios recibidos por sus platos no solo se debían a su sabor, sino también a la presentación. En pocas palabras, la comida entra primero por los ojos.

Otro de los objetivos que quería cumplir la Dra. Grose era crear una comunidad del DCB y para lograrlo, de manera muy acertada, involucró su amor por la culinaria: todas las Navidades preparaba la fiesta de fin de año, a la cual invitaba a todas las personas del DCB y a algunos otros miembros de la Universidad. La Navidad era su momento preferido del año, y no escatimaba en gastos para hacer que esta época de celebración fuera muy especial para otras personas. En la fiesta se encontraban diversidad de tortas preparadas por ella, y muchos otros platos en los que ella actuaba como el chef principal y guiaba a todos y cada uno de sus estudiantes para que le ayudaran en la preparación. Así como en la ciencia era estricta, en la preparación y el lavado delosdiversosalimentosnodejabapasardetalles para asegurar que todo lo preparado para la fiesta fuera exquisito y de calidad.

La Dra. Grose logró materializar la mejor combinación entre ciencia y cocina cuando se propuso apoyar a la empresa colombiana Levapan para producir un pan de calidad con una levadura híbrida, a partir de las cepas suministradas por la empresa Fleischmann. En prinicipio, esta tarea requería la utilización de micromanipuladores y mucha paciencia para lograr las combinaciones genéticas adecuadas a partir de las levaduras existentes. Los micromanipuladores los suministró el Dr. Rössler y, después de varios experimentos realizados por la Dra. Grose y Jenny, el resultado final no se hizo esperar: una levadura que superaba las expectativas.

Quienes conozcan hoy a las profesoras Jenny Dussán y a Martha Vives con seguridad reconocen en ellas el interés profundo inculcado por la Dra. Grose para que la ciencia solucione los problemas de la gente; se logre una transferencia del conocimiento que beneficie directamente a la sociedad y esto solo se logra en un ambiente de cooperación constante con diferentes sectores.

Toda una vida dedicada a Colombia y a la Universidad de los Andes no podía terminar de otra manera: hoy, la foto de la Dra. Grose se puede encontrar en la vitrina que se encuentra al lado izquierdo de la entrada de la Biblioteca General en el Edificio ML y que busca hacer un homenaje a sus profesores eméritos. La máxima categoría profesoral a la que se puede llegar en la Universidad de los Andes como parte del ordenamiento profesoral.

 

Foto 1. La Dra. Elizabeth Grose en el laboratorio del Departamento de Ciencias Biológicas (dcb) de la Universidad de los Andes.

 

La pasión por los hongos

 

Cuando le faltaba su último examen para graduarse de Química Farmacéutica, María Caridad Cepero tuvo que abandonar su isla natal, Cuba, por la llegada de Fidel al poder y el cierre de su universidad. Ante esta situación, llegó primero a Cartagena de Indias, con su esposo y luego se radicaron en Bogotá. Ya ubicada en la ciudad, decidió que le faltaba tan poco para graduarse que podía intentar terminar su carrera en Colombia; fue a la Universidad Nacional a hacer el trámite, pero no convalidaron las materias vistas en Cuba y, por ello, buscó una nueva oportunidad en la Universidad de los Andes.

Al llegar a los Andes la recibió la Dra. Grose y le ofreció estudiar un semestre de prueba con una sola asignatura para cursar. El resultado fue tanbuenoque,alfinal,terminóhomologandomuchas de las asignaturas terminadas en Cuba y se graduó como microbióloga en la Universidad de los Andes. María Caridad era amante de los hongos en toda su biodiversidad; y apoyándose en lo que encontró en nuestro país, decidió convertirlos en su proyecto de vida como investigadora al lado de la Dra. Grose.

El encuentro entre la profesora Adriana Celis y María Caridad se dio cuando Adriana llegó para hacer una práctica especializada en el Instituto Federico Lleras Acosta con los hongos de importancia médica. Adriana vio en Cari (así le dicen las personas más cercanas a ella) una mujer muy fuerte, rigurosa con los experimentos, exigente y directa para decir las cosas.

Estas características personales y su profundo conocimiento sobre la biología de los hongos hizo que Adriana se uniera a ella para trabajar juntas en un proyecto de Colciencias sobre la epidemiología de la levadura del género Malassezia. María Caridad había traído la investigación sobre este hongo a la Universidad de los Andes y, desde ese momento, el estudio de esta levadura se convirtió en un referente a nivel de Latinoamérica. Que un hongo causara patologías en humanos atrajo inmediatamente la atención de Adriana, hasta el punto de convertirlo en su tema de tesis de maestría. Nadie podría haber anticipado que, en la actualidad, este también sería el principal tema del grupo de investigación que ella misma lidera en el DCB: el grupo de investigación Celular y Molecular de Microorganismos Patógenos (CEMOP).

La maestra María Caridad no solo les transmitía su pasión a sus estudiantes en el curso teórico biología de hongos, sino que también era parte activa de los laboratorios del mismo curso. De esta forma se aseguraba de que el conocimiento que se sustentaba en sus clases teóricas se reafirmara en la práctica. Sus clases no necesitaban de los medios digitales actuales para atraer la atención de sus estudiantes: siempre llegaba acompañada de sus carretes llenos de diapositivas, uno que otro acetato y su maletín con libros (difícil saber por qué siempre llegaba a las clases con sus libros; seguramente no era por desconocimiento del tema, sino para poder asegurarse de dar la respuesta correcta a cualquier pregunta interesante que pudiera hacer un estudiante inquieto). La seguridad de Cari le permitía dictar sus clases sin la ayuda de ningún tipo de apuntes. Estar desactualizada en susconocimientos sobre micorrizas, hongos endófitos, bioprospección, hongos patógenos, entre otros, no era una opción, y, por eso, siempre se evidenciaba en ella el compromiso de poder transmitirles a sus estudiantes lo que se trabajaba con los hongos a nivel internacional en esos momentos. Todo lo que aprendía sobre hongos en los congresos internacionales a los que asistía lo incorporaba inmediatamente a sus clases.

A nivel de investigación, María Caridad se caracterizó por ser muy exigente consigo misma y con sus estudiantes, a quienes nunca abandonaba y de los que siempre estaba pendiente para asegurarse de que los experimentos corrieran como la ciencia lo exige. Como era de esperarse, cuando se escribían las publicaciones producto de la investigación realizada, la rigurosidad y la exigencia no disminuía.

Cuando la tecnología en Colombia no permitía tener los equipos necesarios para hacer la investigación que Cari soñaba, esto no era un impedimento. Parecía que su máxima era «si no se tiene, se construye». Si se necesitaba un liofilizador y no lo había; pues se construía con la ayuda de personas como el señor Galindo. El resultado de tener objetivos claros y nunca perder el rumbo es que, al final, en el DCB se contó con un liofilizadorchinchoso, ruidoso y que requería que lo prendieran con suficiente tiempo (horas de anterioridad) para que todos los componentes mecánicos funcionaran con éxito. A pesar de todo lo anterior, el liofilizador cumplía su función a la perfección y se convirtió en uno de los equipos adorados por Cari. Cuando el equipo hacía cualquier sonido extraño, la situación ameritaba una intervención —únicamente— por parte de ella. En cierta ocasión, Adriana se tomó esas atribuciones y recibió un llamado de atención muy fuerte por parte de su maestra, conforme a su personalidad, y correspondiente en la medida que una estudiante retaba las normas del laboratorio.

El regaño cumplió su cometido, pero el compañerismo característico de los estudiantes del momento no daba tregua y, ante tal situación, la actual profesora Martha Vives intervino en defensa de Adriana. Gracias por el apoyo Martha, pero, como siempre, Cari tenía razón en regañar a Adriana. Sin lugar a duda, quienes conozcan a la persona, profesora e investigadora Adriana Celis podrán encontrar semejanzas entre ella y su adorada maestra Cari en varios de los párrafos que previamente la describieron.

 

Foto 2. María Caridad Cepero.

 

Hacer lo lógico al minimizar gastos

 

El joven alemán Horst Lüddecke llegó a Colombia durante la posguerra para hacer su tesis de doctorado con las ranas de nuestro país. El dinero para el viaje lo ahorró de manera sistemática: redujo gastos, por ejemplo, al pedalear en su bicicleta desde la ciudad donde vivía hasta la ciudad donde estudiaba. Esto sin importar que a ambas las separaran treinta y cuatro horas en este medio de transporte. Si a esto le adicionamos que, como fuente de ingresos, trabajaba en una empresa de cristales y de acuarios para pagarse sus estudios de pregrado y doctorado, es claro que entre sus actividades (trabajar, pedalear y estudiar) pocas horas le quedaban para dormir.

De Colombia en principio lo atrajeron las ranas venenosas, pero luego de realizar viajes a Villavicencio y de encontrar varias ranas, terminó enamorado de los Llanos Orientales e hizo su tesis sobre la Rheobates palmatus.

Luego de sustentar su tesis en Alemania, decidió volver a Colombia y se encontró con su amigo, el profesor Rössler. Por su experiencia previa en los Llanos, decidió comprar un terreno y construir, con sus propias manos y sin ningún tipo de ayuda, una casa en cemento, con piscina y una charcaartificial para poder estudiar los anfibios de la zona. Mientras avanzaba en la construcción, contaba con un cambuche hecho de plástico en el que vivía y para hacer lo lógico, que es vivir de forma simple y con mínimos gastos, se alimentaba de Pony Malta y huevos crudos. Cuando los problemas en la zona lo llevaron a abandonar los Llanos, se quedó definitivamente en Bogotá y comenzó a realizar visitas todos los martes al páramo de Chingaza. Laconstancia y el compromiso científico con las ranas de la región lo llevaron de manera ininterrumpida a visitar la zona durante trece años para realizar experimentos de captura y recaptura.

Para el herpetólogo-etólogo era impensable dejar de visitar cada martes el páramo, aprender sobre las ranas y registrar de manera minuciosa, metódica y rigurosa los datos obtenidos en cada salida de campo y que siempre terminaban consignados en pliegos de cartulina colgados detrás de su escritorio. Claramente adoraba con locura el páramo y el comportamiento de sus ranas. De ellas logró aprender muchísimo, bajo condiciones a veces duras; su disciplina y comportamiento rutinario hacían que todo se volviera fácil.

Quienes nos cruzamos en algún momento de nuestras vidas con su camino y tuvimos la oportunidad de entrar a su laboratorio —porque era nuestro profesor consejero de la carrera de Biología— nunca dejábamos de maravillarnos cuando ingresábamos a este, su refugio en el Bloque J, y encontrábamos reconstruidos los ambientes en los que vivían las ranas que mantenía en Bogotá. Todo esto lo había logrado él mismo al reciclar los muebles que se desechaban en la universidad, o al comprar los materiales necesarios en San Victorino (ahí se encontraban muchas cosas que se podían comprar en otras partes, pero a precios más elevados, solía decir él). Entrar a este laboratorio era para cualquier estudiante una experiencia que sobrepasaba nuestros conocimientos y expectativas, nos convencía de haber escogido la carrera adecuada para nuestras vidas, y nos entusiasmaba y motivaba para seguir estudiando Biología.

Su pupilo más cercano, el profesor Adolfo Amézquita nos permite conocer un poco más en detalle al maestro Lüddecke. El día de trabajo comenzaba con un tinto y ocasionalmente un huevo duro, luego venían las horas de trabajo y de clases. El curso de Fisiología Animal se dictaba siempre en horas del mediodía, una prueba de fuego para cada uno de nosotros, sus estudiantes, quienes habíamos cometido el error de almorzar antes de entrar a clase y que, como consecuencia, teníamos menos sangre en el cerebro y más en el estómago. El profesor Lüddecke no tenía ese problema porque él nunca almorzaba y consideraba el hacerlo como una pérdida de tiempo. A veces, si en las horas del mediodía sentía la necesidad de consumir algo, esto se limitaba a ingerir tres cubos de azúcar.

Luego de las clases seguía en el trabajo de manera rutinaria hasta que llegaba el momento de volver a su casa a cocinar la cena. Esta era su comida más importante del día y a la que se dedicaba con mucho esmero y paciencia, con los ingredientes que aseguraran su calidad y sabor. También era importante nunca dejar de tenerlos a la mano. La cena era entonces el momento del día para sociabilizar; sin embargo, del maestro Lüddecke no se podían esperar bromas, ni atisbos de confianza porque, claramente, a nivel personal era una persona mucho más introvertida que su amigo y compañero de estudio en Alemania, Ewald Rössler. Su nobleza y lealtad pasaban perfectamente con su personalidad.

En sus clases de Fisiología Animal o de Métodos de Investigación en Etología y Fisiología no se permitían errores en el español, pues, aunque esta no fuera su lengua materna se daba incluso el lujo de corregir a quienes escribían de manera incorrecta. En sus clases no utilizaba ayudas como diapositivas; solo al final de su paso por la Universidad incluyó los acetatos. Tampoco utilizaba apuntes para no perder el hilo de la clase; siempre, antes de entrar a cada una de ellas, dedicaba un tiempo a sí mismo en el que era muy difícil interrumpirlo porque estaba preparando el tema que iba a cubrir en la sesión a continuación. Sus clases se caracterizaban por dejar en el tablero plasmados cuadros sinópticos y figuras con los ejes claramente identificados para asegurar la correcta interpretación de los datos fisiológicos o comportamentales. Eran clases muy gráficas.

Como investigador se caracterizó por comenzar su vida productiva a nivel de publicaciones cuando sus investigaciones ya estaban muy avanzadas. Al igual que otros de sus colegas alemanes, el efecto de evaluadores norteamericanos demasiado críticos lo llevó a no interesarse mucho en publicar. Solo pasado el tiempo le cogió el gusto y comenzó a ponerse al día en todos los valiosos datos que tenía atrasados. Siempre sin perder la rigurosidad y sin caer en especulaciones.

Al igual que con su finca de los Llanos, las visitas al páramo se dejaron de realizar de manera abrupta y sin negociaciones cuando la situación de orden público se lo comenzó a impedir. Esta característica suya de tomar una decisión en un momento específico y de no cambiarla por nada delmundo, fue la que lo llevó a preparar el momento de su pensión con antelación. Repartir los libros de biología poco a poco y dejar su oficina en lasmanos de Adolfo Amézquita fueron sus últimas actividades antes de partir rumbo a España y dedicarse a su pasión: el trabajo con la cerámica y el barro. Fue así como el apasionado biólogo hizo, con la precisión de un corte quirúrgico, un corte para cambiar diametralmente su vida.

 

De la ordenada Alemania al neotrópico

 

Cuando el aventurero Ewald Rössler inició su viaje en combi por Suramérica, jamás se imaginó que el inicio de su recorrido por Colombia sería el principio y el fin del trayecto. Salió de la ordenada y puntual Alemania con rumbo al neotrópico en busca de la libertad que, con tantas normas, su país no le ofrecía. Hasta tal punto era su amor por Colombia que decía que era un colombiano de pura cepa.

Rössler había estudiado Biología con Lüddecke en Alemania, juntos habían viajado por el Mediterráneo y luego se habían separado. Nadie podría haberles prometido, como al final sucedió, que volverían a encontrarse en un país separado por el océano Atlántico después de varios años.

El profesor Emilio Realpe, heredero del laboratorio y de la experiencia del maestro Rössler lo define como una persona muy sincera y directa para decir lo que pensaba. Además, se caracterizaba por mirar de forma muy aguda a las personas para analizarlas; así, lograba hacerse a una idea de sus fortalezas y debilidades, lo que luego le permitiría aconsejarles lo que debían hacer en el laboratorio. Una vez conocía a alguien era muy amable y en el momento en que se convertía en su estudiante, se preocupaba y estaba pendiente. A diferencia de su amigo Lüddecke, Rössler se caracterizaba por su humor sarcástico, que utilizaba para lanzar indirectazos. Sin embargo, nunca pretendía hacerle daño a las personas a los que los dirigía; era más bien una muestra de su personalidad mucho más abierta que la de su compañero alemán.

A nivel de docencia no le gustaban las clases presenciales tradicionales, por ello aquellos que tenían clase con él sabían que estas se caracterizaban porque había mucha libertad. En ellas, lo más importante era definir y tener claros los conceptos. Cuando Emilio conoció a Rössler, como su estudiante de maestría en la Universidad de los Andes, le quedó claro que su prioridad eran los cursos de posgrado por lo que, en muy poco tiempo, Emilio se convirtió en su reemplazo para los cursos de pregrado. Al realizar salidas de campo, siempre invitaba a los estudiantes a observar con mucho detenimiento y, con razón, llamaba su atención sobre aquellos secretos que la naturaleza les ofrecía y que ellos habían pasado por alto.

Sus habilidades manuales con la madera y los metales le permitían construir muchos de los equipos que necesitaba para la investigación y, además, le exigían un control extremo y muy receloso de todo lo que tenía en su laboratorio para asegurar el buen desarrollo de los experimentos. De esa forma se puede decir que había un sanctasanctórum en el laboratorio, en el que el ingreso de cualquier persona estaba restringido. Rössler amaba sin condiciones el viejo Edificio J con sus pisos de madera y en el que se encontraba su valioso laboratorio.

Su amor por Colombia llegaba hasta tal punto que su interés por difundir los resultados sobre lo que se encontraba en el país lo motivaba a hacer las publicaciones en revistas nacionales. Entonces, su máxima parecía ser: «Hay que publicar para los colombianos, y no para otros». Al igual que Lüddecke, en las publicaciones no aceptaba ningún tipo de suposición o de especulaciones y, por ello, siempre estaba fuertemente apegado al método científico y lo caracterizaba su rigurosidad.

Cuando se trataba de escribir sus resultados corregía a los estudiantes, incluso en el uso del español y, a pesar de ser un colombiano de pura cepa, no le gustaba nada la carreta en los manuscritos. Siempre era muy oportuno con las correcciones y observaciones que hacía para mejorar la calidad de los documentos que se iban a postular para publicación.

Como buen alemán, le fascinaba la cerveza y cuando se le mencionaban las políticas de la universidad al respecto, siempre decía que estaba prohibido ingresar borracho a la universidad, pero que en ningún lugar o reglamento se especificaba algo sobre salir borracho de la universidad. Cuando tomaba se desinhibía y las conversaciones sobre ciencia eran fructíferas e interesantes porque no era para nada celoso con el conocimiento. Emilio y otros compañeros de curso nunca van a olvidar como un día, al final de una jornada de trabajo, tuvieron la oportunidad de acompañar a Lüddecke y Rössler a tomarse unas cervezas mientras comían empanadas en el restaurante Dominó ubicado en la rotonda de la Calle 19 con carrera 3a.

En medio de la interesante conversación surgió una competencia para ver quien consumía la mayor cantidad de empanadas; los contrincantes: Lüddecke vs. Emilio. Por supuesto que Rössler había puesto en su pupilo todas las esperanzas; pero nadie esperaba que Lüddecke se comiera tantas empanadas, como para lograr convertirse en el ganador de la apuesta. Todo esto porque, como ya mencionamos, Lüddecke no comía casi que ningún alimento durante todo el día. Quienes hemos disfrutado de una salida de campo con Emilio sabemos de su amor por la cerveza al final de una buena jornada de trabajo, su pasión por la taxonomía, la observación y la rigurosidad. Entonces, sin lugar a duda, el maestro Rössler hizo muy bien en escogerlo como su sucesor.

 

Foto 3. Los doctores Horst Lüddecke (izquierda) y Ewald Rössler (derecha) en sus épocas de estudiantes de Biología, antes de viajar a Colombia.

 

El holandés naturalista que amaba los viajes

 

El maestro Cornelis Johannes Marinkelle, mejor conocido como el Dr. Marinkelle o el Dr. C. J. Marinkelle, nació en Viena, Austria, pero sus padres eran holandeses. A lo largo de su vida fue un viajero incansable que durante su juventud obtenía dinero para financiar sus viajes por medio de la captura de ejemplares que luego vendía a diferentes museos. Nunca perdió su pasión por viajar y conocer nuevos y recónditos lugares del mundo. Siempre estaba buscando sitios a los cuales no había viajado y que quería conocer. Disfrutaba la organización del viaje tanto como el viaje mismo; al principio, mandaba cartas a todos los lugares a los que pensaba ir para obtener información y permisos. Luego, con la llegada del internet, y mi posterior vinculación a la Universidad, recuerdo que entraba a mi oficina lleno de papeles en los que tenía información del siguiente viaje y me pedía que le ayudara a hacer reservaciones de vuelos y hoteles. Sin quererlo, mi imaginación hacía esos mismos viajes junto con él, mientras le ayudaba a ultimar los detalles de su próxima experiencia.

Aunque a primera vista, por su contextura y facciones, daba la impresión de ser alguien muy lejano, quienes lo conocimos de cerca sabemos que en realidad era una persona muy amable y siempre dispuesta a escuchar y a colaborar con los demás. Así lo describe también su pupilo Felipe Guhl, quien compartió con el Dr. Marinkelle muchísimas salidas de campo. Felipe coincide, como muchos de nosotros, que no hay nada mejor para conocer verdaderamente a una persona que salidas de campo.

Como lo hacía para sus viajes personales, el Dr. Marinkelle aplicaba a las salidas de campo su máxima de que debían prepararse con mucho esmero, meticulosidad y antelación. Todo lo necesario, desde equipos hasta reactivos, se guardaban con mucho cuidado en cajas de madera que se organizaban milimétricamente para asegurar que nada pudiera hacer falta durante la salida. Una vez en el campo, el Dr. Marinkelle siempre iniciaba la jornada de trabajo desde muy temprano: entre las 4:30 a. m. y 5:00 a. m. ya había que estar listo para iniciar labores, las cuales consistían en la ubicación de los diferentes métodos de colecta y en la captura de todo tipo de animales para buscar parásitos.

Todas las experiencias de sus viajes de colecta durante su juventud, de sus viajes como investigador, de sus viajes personales y de sus experiencias como soldado combatiente de la Segunda Guerra Mundial las compartía con sus estudiantes en las clases de Protozoología, Parasitología, Helmintos y Entomología Médica. De esta manera, se aseguraba de que la teoría y la vida real se entremezclaran de una manera tan espectacular, que aseguraba atraer al estudiante al fascinante mundo de los parásitos. En sus clases no se permitía la improvisación, por lo que siempre las preparaba con mucha antelación y toda la información necesaria para la clase la consignaba en hojas sueltas llenas de datos y referencias de soporte que guardaba encarpetas debidamente identificadas para cada una de sus clases. Al principio, antes de cualquier innovación tecnológica sus tableros se llenaban de información y esquemas realizados con tizas de diferentes colores que él pedía y que él mismo tajaba para obtener los diferentes grosores de tizas que le permitieran hacer sus esquemas. Nunca abandonó el uso del tablero como herramienta pedagógica, incluso cuando llegaron las diapositivas que llenaban carretes con fotos de casos de elefantiasis o leishmaniasis que muchos estudiantes no soportaban ver; tampoco cuando

comenzaron a usarse los acetatos con esquemas, cifras y referencias, que comenzaron a complementar sus carpetas de cada clase. Varios pudimos ver al Dr. Marinkelle de camino a alguna de sus clases de pregrado o posgrado con su bata blanca siempre abotonada y su respectiva carpeta debajo del brazo. Luego, tras una operación a sus glándulas salivales, también lo acompañaba siempre una botella plástica llena de agua, la cual tomaba constantemente durante la clase para evitar que se le secara la boca. Esto no pasaba desapercibido para nadie, porque él extraía la botellita de uno de sus bolsillos de la bata, la destapaba, tomaba agua, tapaba y continuaba hablando sin perder la secuencia de la clase. Para varios estudiantes malpensados esto llevó al comentario poco acertado de que el Dr. Marinkelle llevaba una botella con licor que consumía durante las clases. Su generosidad al momento de compartir sus conocimientos y experiencias era el distintivo de sus clases.

Como investigador, sobresalía por su dedicación y su pasión por los parásitos. Siempre sabía cómo tomar una muestra de sangre o de tejidos de cualquier animal. A pesar de lo arduo de la tarea en una época anterior a la biología molecular su compromiso era claro: buscar y preservar muestras es la clave para la identificación morfológica y con microscopía óptica de los parásitos. Luego de encontrar los parásitos y de obtener resultados sorprendentes venía la fase de escritura de los manuscritos para reportarlos. El Dr. Marinkelle siempre se caracterizó por surigurosidadcientíficaycuidadoenlaescritura.A sus estudiantes les enseñaba en las clases cómo escribir, redactar y transmitir información de calidad científica en sus artículos.

Un elemento clave para alcanzar altos niveles en la investigación fue su capacidad de reconocer la importancia de la internacionalización. Siempre se caracterizó por traer a la Universidad de los Andes a los expertos internacionales que conocía y que sabía le podían aportar algo a nuestro país en forma de cursos, congresos y actividades de investigación que él organizaba personalmente. Además de su placer por los viajes, disfrutaba muchísimo con los distintos sabores de las comidas. Para ello, todos los martes cocinaba en el laboratorio y utilizaba las especias y condimentos que traía de sus diferentes viajes. Los comensales invitados a disfrutar de la comida eran siempre sus estudiantes y colegas.

Como dice Felipe, no podían faltar ciertas «pilatunas» para hacer la ciencia más llevadera: por ejemplo, el Dr. Marinkelle fumaba mucho tabaco que traía del extranjero en cajas metálicas muy bonitas. Al finalizar las clases, algunas de estas cajas quedaban desocupadas y los estudiantes se las pedían de regalo para guardar cosas. Pero el Dr. Marinkelle no solo fumaba en las clases, sino también en el laboratorio mientras observaba al microscopio. Sus inquietos estudiantes no podían dejar pasar esta oportunidad por alto; un par de veces, mientras él estaba muy concentrado en la observación microscópica, alguno de ellos le giraba el tabaco que había dejado en el borde de la mesa y que luego el Dr. Marinkelle, desprevenido, introducía a su boca por el lado encendido. Otra famosa «pilatuna» era la de llenar de rocas las cajas de madera que se preparaban para las diferentes salidas de campo. Ante el malestar del Dr. Marinkelle por el peso de las cajas y el posterior descubrimiento de las rocas en su interior, la pregunta por su presencia no se hacía esperar. Los estudiantes respondían de manera inquisitiva e ingeniosa: «¿Qué tal que vayamos a un sitio donde no se encuentren las rocas necesarias para instalar las diferentes trampas?».

El Dr. Marinkelle nunca abandonó su pasión por la colecta de animales, huevos, plumas, parásitos, entre otros; es así como para las salidas de campo de la Universidad tenía un jeep Willis al que le había abierto un hueco en el techo y que le permitía mantenerse sentado en una silla de laboratorio instalada al interior del vehículo cerca de la palanca de cambios para así sacar la mitad superior de su cuerpo. De esta forma, lograba concentrarse en llevar sus binóculos y tenía su escopeta siempre lista; cuando encontraba algo de su interés, golpeaba el techo y de esa forma el señor Santos, que era el conductor, paraba de inmediato para asegurarse de que el Dr. Marinkelle y sus estudiantes pudieran realizar su labor.

Una vida llena de viajes y experiencias no podía pasarse sin haber visitado la cárcel o estar cerca de la muerte. En un país árabe, estuvo a punto de ser ejecutado bajo la sentencia de ser un espía porque andaba metiéndose en diferentes sitios. Al gobierno holandés del momento le tocó interceder para clarificar que se trataba de un investigador inquieto y que definitivamente no estaban lidiando con un espía. Luego, en el Lejano Oriente, estuvo preso por capturar tortugas llenas de tierra santa que él estaba a punto de sacar de su sitio. Para evitar la sanción y poder salir de la cárcel, le tocó, con una brocha, quitarle, a cada una de las tortugas, todo todo rastro de tierra y, de esa forma, asegurar que no iba a sacar ni un grano del país. Finalmente, en su amada Colombia tampoco se libró de estar preso, concretamente en la región de Ubaque, al oriente de Bogotá, donde lo encarcelaron porque se le acusaba de estar robándose las gallinas de un rancho, cuando él, en realidad, estaba buscando pitos (insectos vectores de la enfermedad de Chagas) en el gallinero.

El maestro Marinkelle es otro de los docentes de esta Universidad que cuenta con el reconocimiento de haber sido nombrado profesor emérito por haberle dedicado toda una vida de compromiso a Colombia y a la Universidad de los Andes. Una foto en la vitrina que se encuentra al lado izquierdo de la entrada de la Biblioteca General en el Edificio ML deja constancia de ello.

Foto 4. El doctor Cornelius Johannes Marinkelle en su oficina del Departamento de Ciencias Biológicas (dcb) de la Universidad de los Andes.

 

De Francia con amor

La maestra Sylvie Cournier era de nacionalidad francesa. Quienes tuvimos la fortuna de recibir clases de Fisiología Vegetal con Silvie la recordaremos como una profesora profundamente metódica, con muchos conocimientos, extremadamente apegada a los datos, y muy exigente con las respuestas de los parciales. En resumen, muy seria y profesional. Sus clases y los laboratorios asociados reflejaban siempre un profundo conocimiento de los temas relacionados con el funcionamiento de las plantas, en especial, con todos los temas que buscaban entender las adaptaciones de estos organismos para vivir en tierras altas como los páramos.

Al entrar a su laboratorio, solo se podía apreciar mucho orden; parecía que todas las cosas, los equipos, materiales y reactivos ocupaban un lugar escogido con detalle. Es decir, no se podía esperar desorden ni en la persona, ni en la profesora, ni mucho menos en la investigadora. Quienes tuvieron la oportunidad de hacer tesis con ella y conocerla un poco más, como la bióloga Constanza Téllez, la definen como una mujer de carácter afable consus estudiantes, que siempre los recibía con una expresión amable y con disposición para ayudar. Si había que quedarse revisando datos hasta las 6:00 p.m. o 7:00 p.m., no importaba, lo más importante era asegurar la calidad del producto final. Una entrega de documento de tesis para revisión de Sylvie aseguraba que lo iba a devolver revisado hasta en los más mínimos detalles. Dice Constanza que durante su tesis se sintió muy bien y muy apoyada por Sylvie.

De hecho, cuando trabajaron juntas en la redacción del documento, pudo conocerle su sentido del humor, que en la clase no era tan notorio. Un día mientras buscaban en internet a una persona que les ayudara a resolver algunas dudas de gramática, Sylvie le decía a Constanza: «Esta tiene cara de buena gente, esta no tanto».

Así como era con sus clases, siempre será recordada. A nivel personal era muy cordial, delicada en su trato con las personas y su español fuertemente afrancesado le daba mucha naturalidad a cualquier conversación. Es claro que uno nunca recibiría un regaño de una persona como Sylvie y, por ello, era de esperar que, mientras fue la coordinadora del pregrado de Biología, muchos de nosotros pasamos por sus manos para recibir consejería sobre los cursos a inscribir en los próximos semestres, y nunca recibimos más que expresiones motivadoras o, en su defecto, miradas inquisidoras cuando lo que planeábamos hacer no tenía mucho sentido. Saltarse prerrequisitos de los cursos o tratar de pasar por encima de alguna de las normas que aseguraban el funcionamiento administrativo del DCB era sencillamente imposible. Sylvie se sabía al pie de la letra cada uno de los reglamentos o instructivos de la Universidad o del Departamento y, por lo tanto, tratar de ganarle en ese terreno estaba fuera de toda discusión.

 

Para permanecer siempre vivos

En esta última parte, y luego de haber conocido un poco a cada uno de los maestros, me gustaría dejar como prueba de la labor realizada por cada uno de ellos, la siguiente gráfica que muestra de manera numérica cuántos de los actuales profesores de planta del DCB tomaron clases de pregrado o posgrado con cada uno de ellos:

 

Gráfica 1. Número de profesores de planta del dcb que recibieron clase de pregrado o posgrado con cada uno de los maestros extranjeros.

 

Debo confesar que cuando comencé a escribir este artículo conmemorativo de los setenta años del DCB tenía un objetivo claro, que se resumía en la siguiente expresión «Mientras se mencione el nombre de alguien siempre estará vivo» y con esta frase en mente tuve la firme intención de plasmaraquí sus nombres para inmortalizar a todos y cada uno de estos seis maestros. Sin embargo, en las conversaciones con mis diferentes colegas para obtener información más detallada de cada uno de ellos, y con las diferentes sensaciones que logré percibir mientras hablábamos, me fui dando cuenta de que los nombres puede que en algún momento se vayan a olvidar, o que pasen a ser solo nombres en los fríos documentos históricos que conforman el archivo que ha acompañado al DCB desde su inicio de actividades. Sin embargo, no creo que esto vaya a pasar nunca con ninguno de ellos porque con su paso por la Universidad de los Andes y, en concreto por el DCB, estos seis maestros lograron dejar lo mejor de cada uno de ellos en sus pupilos y al hacer esto lograron cambiar tantas vidas, y de tal manera, que su inmortalidad estará asegurada para siempre en la memoria de nuestro Departamento. Estoy seguro de que en las futuras celebraciones de los decenios por venir del DCB van a escribirse nuevos artículos que traten de resaltar y no olvidar los nombres de otros maestros que siguieron ayudando con el mantenimiento y engrandecimiento de nuestro Departamento.

Luego de esta revisión, estoy convencido de que las futuras generaciones de biólogos y microbiólogos del DCB seguirán siendo el producto de Cari, la Dra. Grose, Silvie, el Dr. Rössler, el Dr. Lüddecke y el Dr. Marinkelle. Para mí, ellos deben ser los protagonistas de la celebración de estos setenta años. ¡Un brindis por todos ellos! ¡Salud!